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viernes, 12 de noviembre de 2010

¡Misión imposible!

     Desde que tengo uso de razón soy consciente de mi afición a los productos lácteos. Vamos que como dice mi madre:  de no haber sido por la leche con Cola Cao tal vez hubiera muerto de inanición. Ironías de la vida: ahora me chifla comer. Buena comida, buen vino y buena compañía (no necesariamente en ese orden. El vino puede ir  primero)...para qué mas. En fin, que  estaba yo el otro día dando cuenta de un yogur de esos cremosos, de esos que con uno tienes calorías para toda una semana, sí, sí, precisamente de esos que estás pensando. El caso es que ya al abrirlo me dí cuenta del estrés que puede producir comerse un yogur de estos. ¡Eso por no hablar de los riesgos físicos que corres al manipular  el envase!
     Primero le quitas la tapa de aluminio y ves todo el yogur ahí pegado...Total, que le pasas la lengua a la tapa y la dejas para volverla a utilizar, pero claro, luego piensas...¡pero si es de aluminio! ¡Vamos, que no te has cortado la lengua de puro milagro! Ahora viene la parte más satisfactoria: coges la cucharilla y  empiezas a comerte el yogur. Despacio, saboreando, mirándolo, parece que te habla, no hay prisa...en menos que canta un gallo empiezas a ver el fondo del recipiente pero no te inmutas. En los lados todavía te queda mucho. Aún no se ha terminado. Rápidamente te das cuenta de que la forma prácticamente esférica del vasito no es nada ergonómica para rebañarlo y dejarlo como la tapa (para que lo vuelvan a rellenar de yogur). Empiezas a mover la cuchara en todos los sentidos y direcciones posibles pero nada. ¡No hay forma de coger todo lo que se está quedando en la pared! Después de un momento de tensión decides abandonar la cucharilla y pasar directamente al dedo, pero tampoco da el resultado esperado. Al final lo dejas por imposible con gran dolor de corazón. Pero ahí no acaba todo. Una vez que está el envase en la mesa te das cuenta de algo terrible: ¡te has dejado todo el borde lleno de yogur! Un borde de plástico afilado con lo que lo de pasar la lengua ni te lo planteas, y lo del dedo es misión imposible, así que esta vez sí. Coges la cucharilla y consigues hacerte con el resto de yogur que el envase avaricioso se quería quedar para él. ¡Por fin! ¡Operación yogur terminada! Y te quedas ahí mirando el vasito vacío con tal satisfacción por haberle ganado la batalla que casi ya ni te acuerdas de que te has comido un Danissimo. 
    Total, que te has metido un montón de calorías, te has estresado y  ¡casi te va la lengua en ello! ¿Merece la pena? Pues deber ser que sí, porque todos repetimos.

Así quedó el mío.
P.D. El que nunca jamás haya hecho alguno de los pasos descritos arriba (por no hablar de lo ondulado del vasito del petit suisse) para comerse un yogur, que se lo haga mirar porque no es humano.

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