Este es un blog modesto, sin grandes pretensiones. Su única finalidad es que tú que acabas de entrar pases un rato agradable con su lectura.
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viernes, 15 de julio de 2011

MI FAMOSO PREFERIDO

   La historia que nos ocupa en esta ocasión está basada en hechos reales.

   El que más y el que menos, en algún momento se ha tropezado con alguien famoso por la calle. El personaje te puede gustar más o menos. Claro está que no es lo mismo encontrarse con Andrés Velencoso que con el feo de los hermanos Calatrava, pero todos decimos: anda mira, si es...... Ahora bien, cuando ese famoso al que vemos delante de nuestras narices, resulta además ser nuestro ídolo, aquel con el que hemos soñado tantas veces...el asunto es bien distinto ¿a que sí?
   Recuerdo perfectamente el día que esto mismo me ocurrió en carne propia. Digamos que el encuentro no fue precisamente  fortuito (no tengo tanta suerte). Estaba programado y bien programado, así que yo sabía perfectamente con quién me iba a encontrar. A pesar de saberlo, era imposible calmar los nervios y apagar la impaciencia por tenerlo delante.
   El encuentro fue en una Academia de Bellas Artes (¿a que os esperábais a un músico?. Pues no. No es músico. Al menos en el ámbito público). Entrar en el lugar de encuentro me costó lo mío. Por lo visto no era la única que quería aprovechar la ocasión de poder, al menos una vez, estar cerca de él. Después de haberlo visto tantas veces en fotografía, en televisión, incluso haberlo estudiado en clase, en breves me iba a encontrar frente a frente con mi sueño. Ahora mismo, recordándolo, se me vuelve a hacer un nudo en el estómago. Os hacéis una idea ¿verdad?.
   Una vez dentro del recinto me llevé una gratísima sorpresa. Caí justo en medio de una exposición de instrumentos musicales desde el Renacimiento hasta el Clasicismo, con colección de Stradivarius incluída. ¡Qué gozada! (Ya véis, al final sale a relucir la música).
   Después de disfrutar muchísimo con la exposición, eso sí, con los nervios sin parar de rebotar en mi estómago, había llegado el momento. Ya era la hora. Justo detrás de aquella puerta frente a la que me encontraba...¡¡sólo nos separan una puerta y unos cuantos metros!! Practicamente toda una vida esperando a que llegara este momento y ahora...¡tan sólo tenía que cruzar una puerta! ¡Y la crucé!
   Allí estaba...justo al fondo de la galería, bajo una cúpula donde la luz era perfecta. La gente se agolpaba a su alrededor, pero él, acostumbrado a las multitudes se mostraba sereno y tranquilo. Parecía no molestarle el remolino de gente que se formaba a su alrededor. Será la costumbre, pensé. Poco a poco me fui acercando. No podía dejar de mirarlo. ¡Lo tenía delante! ¡Estaba ahí mismo! ¡A-hí mis-mo! Empecé a temblar...poco a poco mi paso se fue volviendo lento y pesado. No podía apartar los ojos de él. De repente noté cómo se me nublaba la vista, y sin poder remediarlo...sí queridos lectores, ahí estaba yo cual quinceañera delante de Pablo Alborán, ¡llorando como una magdalena! No sabía qué hacer. Tan sólo esperaba que nadie se fijara en mí, que nadie se diera cuenta de la tonta esa que estaba llorando...y tuve suerte. Es tal el magnetismo que desprende mi ídolo, que afortunadamente nadie reparó en mí (salvo el que duerme conmigo).
  Una vez recuperada de la emoción inicial me acerqué más...y más...aquella pálida belleza marmorea me tenía hipnotizada. No era como me lo había imaginado...que va...¡era mil veces mejor! Me fijé mucho en sus manos. ¡Esas manos que tantas veces había visto en los libros de arte! Simplemente perfectas. Talladas con un realismo y una delicadeza que nadie diría que eran de piedra. El abdomen, las piernas...¡Perfecto de principio a fin! Algunos lo tildan de desproporcionado, y no es cierto. Dicen que tiene la cabeza y las manos excesivamente grandes, pero yo tengo mi propia teoría: ¿Acaso no querría el genial Miguel Ángel destacar en él precisamente sus puntos fuertes? Que yo recuerde, la historia nos cuenta que David venció a Goliat con una honda (sólo sus manos y su ingenio).
   Seguí largo rato contemplando aquella obra maestra. Empapándome y disfrutando de ella con los seis sentidos (sí, también el del alma). ¿Fue síndrome de Stendhal? No lo sé. Sólo sé que aún hoy cuando lo recuerdo, los ojos se me vuelven a llenar de agua. Será por eso que me apetecía contarlo.
   ¡Adiós mi David! Que sepas que no pierdo la esperanza de que algún día nos volvamos a encontrar.